Y luego ya no le encotnró fin a la palabra. Y se dijo por más que se dijo y el dijera tuviese dices, que una palabra no se acaba nunca, y que luego cuando se transmite se transmite con el signficado que uno le dio para que el otro acepte o no ese significado y la devuelva al espacio de las significaciones que todavía no son palabras, para que cuando se la transmitan él pueda arrancarla de ese espacio y hacerla así parte de su espacio.
Y entonces le dijeron que no dijera al futuro, y él creyó lo que decían, que eso de jurar al futuro es jurar a la incertidumbre, como si el futuro de tan esencia que es se pudiera saber antes de saberle la esencia, porque tan limpio de tiempos está, cómo lo van a existir con la palabra si él todavía no existe: -seguro por eso se va cuando lo decimos, porque no le gusta que le carguen tiempo antes de tiempo- pensó él, que le habían dicho que no dijera que iba a volar alto porque luego no se hacía. Mientras, mientras éste él pensaba esto (me encanta jugar con las palabras), el otro él pensaba que mejor así, que él quería enseñarle así la palabra, y a no jurar destinos porque ya sabía que uno amarra al futuro con la palabra (pensada o hablada, soñada o escrita, el tiempo sabe leera) y que mejor que él pensara por ahora que no se podía decir al futuro para que ese futuro no le viniera, por lo menos pronto.
Y no le vino pronto ese futuro, más bien ahora parecía que no le iba a venir nunca. Y aunque él había dejado de decirlo pero no lo había dejado de pensar, ese pensamiento que primero se quedó callado luego de tanto callado casi se queda bien mudo. Y luego decirse que siguiera, que iba a volar alto un día, que a lo mejor por este camino sí que era el "sí por fin es éste". Pero por más que intentaba caminos ese camino parecía no ser el camino. Y se iba poniendo otro, ya no era él: por no decirse ese futuro soñado, se le fue la palabra moldeando a otro ser encima de él para que poco a poco se conviertiera en otro que fuera él.
Y el otro él lo notaba que se iba haciendo otro, y se fue sintiendo culpable de haberle enseñado así a su hijo el futuro, y luego la conciencia le pesaba cada vez más pero ya no sabía cómo hacerle para que su hijo creyera de nuevo en que el futuro también puede pronunciarse.
Pero luego vino un giro, y después, mucho después de que el después existe, mucho de esos que se cuentan en cantidad, mucho después, el padre vio volar alto a su hijo, y acariciar el cielo y soplarle a las nubes para que se fueran cuando ya eran muchos días de mucho nublado. Y lo vio alto subirse a lo alto, y vio como él, con las alas de su hijo, también, esta vez, podía volar con los ojos empapados de vuelo.
....El secreto, pensé yo (y eso que un yo todavía no había salido en esta historia, por cierto, me encanta esta perífrasis, como que contrata al pasado en una espera absoluta de un complemento para que pueda, precisamente, pasar en el tiempo) es que el primer yo, a pesar de todo, de lo que nació como mal para uno, al final le hizo bien al otro, que ya sé que fin no es una palabra que ponga fin a nada, pero de este cuento, que de transmisiones se trató, vaya a descansar en el ojo del padre que vuela con ver el vuelo de su hijo, y saber, saber que la palabra que le dijo fue la correcta.